Hace poco comentamos en nuestro blog sobre el Halloween, esa fiesta que convierte el final de octubre en una ocasión para divertirse, comer dulces y poner a trabajar la creatividad con los mejores disfraces (y salir de fiesta, claro). Sin embargo, si llamas casa a cualquier lugar del otro lado del Río Grande, quizás estés más familiarizado con la celebración mexicana por excelencia para esta época: el Día de los Muertos.
A pesar de ser celebraciones que comparten algunas ideas comunes, es los pequeños (y en algunos casos, grandes) detalles lo que hacen del Día de los Muertos una fiesta con una identidad propia, una muy engranada dentro del tejido cultural mexicano y con una iconografía que traspasa fronteras, lo que hace cada vez más común ver el desfile de calaveras o calacas por la calle, e incluso saltando a la gran pantalla y hasta a los vídeo juegos.
Al igual que el Halloween, el Día de los Muertos moderno es el resultado del sincretismo de las fiestas cristianas de Todos los Santos y las celebraciones tradicionales de las culturas ancestrales mexicanas que dedicaban todo un mes a la celebración de los ancestros. El resultado es una fiesta que, en contraste con el énfasis en el miedo y los espantos del Halloween, da prioridad a la alegría, el color, la buena comida y bebida. Es una giesta con un gran componente familiar, el recuerdo de los seres queridos que ya se han ido, y la de idea de que por un día regresan a celebrar con nosotros.
En el apartado culinario, Dia de los Muertos destaca por tener sus propias especialidades. Cada familia celebra a sus queridos difuntos preparando sus platos favoritos en vida. A eso se suma el riquísimo Pan de Muerto, un pan usualmente dulce elaborado especialmente para la fecha y decorado con “huesitos” de pan, lo que le da su forma característica. También están las “calaveritas”, unas ricos dulces de azúcar o chocolate elaborados con un cuidado que las convierte en algo que es partes iguales dulce y obra de arte.
Sin duda la clave del Día de los Muertos es el ver la muerte no como algo espantoso, terrible, digno de miedo, sino como un paso, una transición; lo que hace que esta fiesta sea para celebrar el reencuentro con la alma de los difuntos que nos visitan en un día donde las fronteras entre este mundo y el otro es mucho más tenue. Altares, flores, celebraciones en casa, en cementerios, desfiles, banquetes y sobretodo buen humor. ¿Qué tanto buen humor? conceptos como las “calaveras literarias”, divertidos versos centrados en la idea de la mortalidad, son un buen ejemplo.
Es fácil entender cómo una fiesta de estas características ha logrado trascender las fronteras de su lugar de origen. Es muy común ver fiestas asociadas a este día en lugares con importantes comunidades mexicanas como Los Ángeles, San Francisco o San Diego, pero incluso en lugares donde la presencia mexicana es relativamente pequeña, la presencia de las coloridas calaveras es cada vez más usual. Claro está, para una experiencia en primera persona, nada como visitar la cuna de este grandioso día.
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